martes, 9 de febrero de 2010

3

Se conocieron en la facultad de medicina. En primer año, sólo compartían una clase, pero él se sintió cautivado por su manera de caminar, de mover los cabellos, luego de un tiempo él se lo confesó. Pero nunca la amó, sólo amaba su cuerpo, cómo sabía manejarlo y cómo sabía hablar con él. Pero nunca su alma. Su alma no le llamaba la atención a Javier. Nunca lo haría, era demasiado excéntrica, demasiado estrafalaria. Quería atención a toda hora, atención que sólo Octavio supo darle, pero ella no supo apreciar, pues éste era demasiado simple, demasiado promedio. Ella necesitaba a alguien complicado, alguien como Javier, incapaz de amar.
Volviendo a nuestra historia, Octavio preparó café mientras Julia fumaba su último cigarrillo, lo apagó en la pared y lo tiró por la ventana. La pared contenía manchas innumerables de cigarros apagados, recuerdos de una vida transcurrida en ese apartamento. El primer cigarrillo encendido y apagado en esa pared fue cuando estrenó su departamento. Una fiesta con sus amigos, Javier incluido. Recuerda haberlo visto en un rincón oscuro, fumando un cigarro, con un whisky en la mano derecha. Se dirigió hacia la pared y lo apagó allí. Ella se sintió emocionada, algo excitada por su actuar. Sin que él supiese que lo había visto, lo imitó hasta el final de su estadía en ese departamento. En esa fiesta conoció a Octavio. Esa misma noche se acostó con él, y comenzaron a convivir. Pero continuaba viendo a Javier, hasta el episodio cuando él decidió dejar de responderle las llamadas, las cartas. La eliminó de su vida.
Octavio preparaba café. Julia se dirigió, con algo de resaca de la noche anterior, a degustar un café que sabía que sabría amargo. “Por favor, ¿puede ser algo de azúcar?” dijo de mala manera. Lo trataba cual sirviente. Él alcanzó el azúcar pensando, sin que ella supiese, en aquella fiesta donde la conoció.
Ella llevaba su vestido rojo que él luego supo desabrochar de la manera correcta. La primera vez que lo hizo falló tantas veces que creyó haber perdido el respeto de Julia. Y era verdad. Desde ese día ella lo llamaba “patético proyecto de persona”, las tres “P”. Su pelo en ese entonces era de color rubio. No sabía si era su color natural, nunca lo supo, pero verdaderamente parecía natural. Ese día también jugó con sus cabellos al amanecer. Ella lo siguió odiando, tanto como al momento de gritarle si no podía ser algo de azúcar. Octavio no pudo dejar de pensar ese día en el trabajo en ella, y continuó siendo así hasta el día que, corriendo, le alcanzó el azúcar.

1 comentario:

  1. A veces algo tan simple como un café sin azúcar o demasiado caliente o demasiado frío o demasiado café, puede convertirse en un detonante de todo lo que permanecía suspendido por la comodidad o la costumbre o la seguridad o la tristeza.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar