martes, 26 de enero de 2010

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Se deslizó por la pequeña hendija que dejaba la puerta entreabierta para retirarse de la habitación hacia el living. Quiso escapar por dos segundos de la imagen de Octavio. Su cuerpo durmiendo en su cama le hacía pensar irremediablemente en las veces que había visto así a Javier. Encendió un cigarrillo y dejó que el humo se deslizase por la ventana que daba hacia la calle. Pensó en llamar a Javier, una y otra vez, en escribirle, en retomar el contacto. Se dirigió hacia el teléfono y no encontró respuesta del otro lado. Era la tercera vez que algo así sucedía. No se alarmó, puesto que no era nada personal, y volvió a su puesto al lado de la ventana, fumando. 
Se torna casi insoportable dormir al lado de una burda imitación del ser amado. Estaba con Octavio porque sus verdaderos amores la habían rechazado, una y otra vez. Octavio permanecería a su lado siempre y cuando no se enterase de sus aventuras amorosas con sus hombres del pasado. Javier ya se había tornado un imposible desde que decidió no hablar más con ella, pero había sido su decisión a tomar, si hubiese sido por ella, jamás hubiesen perdido el contacto, es más, Octavio no estaría en su vida.
-Vuelve a la cama- dijo una voz a su oído, tenía un tinte masculino y sensual, pero no era lo que ella esperaba. En cierta manera era algo patética su petición, como un niño que pide a la madre que le cuente el relato de las buenas noches, desesperado, con miedo a que el hombre de la bolsa apareciese en la mitad de la noche.
-No iré hasta terminar el cigarro, sabes que no te gusta el olor, no quiero contaminar la habitación. Déjame.
Estaba enojada, no con Octavio, sino porque Javier no había atendido el teléfono. Sabía que estaba con Viviana. Era de imaginarse. Javier no atendía el teléfono cuando estaba con mujeres, podían ser más mujeres buscando problemas, como ella.
Acomodó su pelo negro azabache entre sus hombros, de modo que protegiesen del frio sus pequeños senos descubiertos.
“No siento nada por tu inerte cuerpo”, pensó,” si me tocas grito, si grito me tocas”. Rió, era un poema que había escrito alguna vez, para Octavio, el nunca supo que era para él, es más, ni siquiera sabía de la existencia de dicho poema.
-Deja de reír, deja de fumar y vuelve a la cama
-El niño reclama a su madre- musitó
-¿Eh? – dijo él
- Nada, espera un momento.
Apagó el resto de su cigarrillo en la pared y lo tiró por la ventana. Era costumbre, no tenía ceniceros en la casa. Regresó a la habitación, abriendo la puerta, esta vez no debía escabullirse, y se acostó al lado de Octavio.