miércoles, 3 de febrero de 2010

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Él comenzó a jugar con su largo pelo, dibujando círculos en su cuero cabelludo, estaba intentando acercarse a ella, notaba que estaba enojada, aunque no sabía por qué. Muchas veces sentía el enojo de Julia sin razón, nunca se atrevía a preguntar por qué tenía esos humores, siempre lo atribuía a la regla, o al período de ovulación. Las hormonas. Cumplían para Octavio un régimen vital en la vida de Julia. No quería creer que haya agentes extraños en la vida de Julia, su único problema en la vida eran las hormonas.
Qué lejos de saber la verdad, puesto que el régimen vital en la vida de Julia era Javier. Su obsesión regulaba todo su obrar, se vestía de determinada manera en caso de encontrarlo por la calle.
Pero en ese momento se encontraba con Octavio, y debía ajustar su sistema a él. Éste seguía jugando con sus cabellos. “Insoportable” pensaba Julia, “insoportable y patético proyecto de persona”. Él sólo buscaba su aprobación, su cariño y su afecto. Julia, fría y calculadora – con todos menos con Javier – no podía dárselos. Se durmieron, él con la mano en sus cabellos, mientras ella soñaba que caminaba entre espejos rotos que reflejaban imágenes de una guerra entre dos países inexistentes.

La mañana aconteció como cualquier otra, no había nubes en el cielo celeste que amenazaba
Javier llevaba aquella chaqueta color marrón que olía tan bien, el aroma que emergía de su cuero encendía todas las pasiones de Julia, y hacía que desease amarlo más intensamente. Tenían una rutina. Se acostaban en la cama, se miraban, no se tocaban, apenas se rozaban. Alguno de los dos debía ceder, uno de los dos debía acercarse al otro para comenzar a amarse. Pero esta vez ella no sería, siempre era ella. Esta vez fue Javier, ella pensó, ingenuamente, que ese gesto sería el comienzo de una relación seria, duradera. No, era solamente porque hacía mucho que no se veían, y él la deseaba profundamente, más que nunca. Pero no la deseaba su parte emocional, sólo su parte física, aquella con la única que le demostraba las cosas. Él no amaba, solo actuaba, ella nunca lo supo diferenciar, ni siquiera todavía. Cuando por fin concluyó su ritual, mientras él se vestía, ella yacía desnuda sobre la cama, y pensando, musitó – pero lo suficientemente alto como para que él escuchase – “¿Cómo sigue esto?” Riendo él contestó, “No sigue”. Se callaron. Ella abrió la puerta del departamento, con el portero eléctrico abrió la puerta de calle, al grito de “Estoy abajo” de Javier. Nunca más hablaron.

1 comentario:

  1. Siempre me atraen las historias de amores imposibles, desamores y demás pasiones. Esperemos que "ésto" siga así encuentro más palabras.
    Me gusta.

    Un abrazo.

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