martes, 13 de abril de 2010

6

Llovía. Copiosamente. Julia no llevaba paraguas y reía bajo la lluvia con Octavio. Nunca se había sentido tan feliz cerca de él, era una sensación inexplicable, como si estuviese por olvidar a Javier. A medida que pasaba el tiempo el dolor que sentía al pensar en Javier era más leve, menos intenso.

Fue en ese entonces cuando Octavio y ella tuvieron un momento juntos, un momento en el cual ambos tenían los mismos sentimientos el uno por el otro. Fue en ese entonces cuando ella se dio cuenta de todos los momentos que desperdició de la mano de Octavio, pensando en Javier. Cuantos momentos podrían haber disfrutado. Todas las mañanas en las cuales ella podría haber sido feliz despertando a su lado, y no escabulléndose a fumar su usual cigarro a escondidas, apagándolo contra la pared, copiando el ritual de su antiguo amante. Todos los momentos que podría haber esperado por él, en vez de ir a buscar suerte a un bar, a encontrar Césares, a invitarlos a su casa, dejarlos fumar cigarrillos y luego ocultar como fueron en verdad los hechos. Y fue ahí, en ese preciso instante cuando Julia comenzó a vivir felizmente.

Pero no faltaría mucho tiempo antes de que una tragedia acaeciese sobre sus vidas. No hacía mucho tiempo, Octavio le había mencionado a Julia de la existencia de una antigua novia, Clara, quien pronto se mudaría al vecindario. Puesto que los pensamientos de Julia estaban posicionados en otro lado, no prestó atención a este acontecimiento.

Pero ahora cobraría sentido. Un día, muy temprano, sonó el timbre. Julia, consternada, algo dormida, fue al recibidor, espió por la hendija y vio a una mujer muy guapa a unos pocos metros de la puerta. Puso la cadena y abrió la puerta al grito de “¿Qué quiere?”.

-Hola, soy Clara, Octavio me dio esta dirección. ¿Usted quién es? – espetó

-La esposa. – mintió, pero, ¿qué podía decir? Estaba a punto de ser humillada frente a la ex novia de su amante.

- Oh… - musitó - ¿puedo verlo?

-Lo siento, pero él está en la ducha. Buenos días.

Cerró la puerta, temerosa. ¿Cómo podía ser que Octavio osase a darle la dirección de su morada? Que, para colmo, estaba a nombre de ella. Clara. Lo recordó de repente, se iba a mudar al vecindario. Y en efecto se había mudado. Y allí estaba, bajo las órdenes de su primer amor, del hombre que la había desflorado. Ella era la mujer que había hecho incursionar a Octavio en la sexualidad. Aquella que lo hizo explorar hasta los más recónditos recovecos de la mujer. Aquella que le había enseñado todo lo que sabe. No pudo soportarlo. Irrumpió en llanto. No sabía qué hacer. ¿Qué podía hacer? Gritarle a Octavio, insultarlo, eso no serviría. Él se marcharía, y con Clara. Eso la llenó de rabia e ira. Dejó de llorar y apretó sus uñas contra sus palmas, cerrando sus puños hasta que sangró. Corrió hacia el lavabo y lavó la sangre que escurría por sus manos. No recordaba cuánto tiempo había pasado desde que la sangre corría por ese lavabo. Cuando ella se auto infligía las heridas. Sí, ese momento era. Pero esta vez había sido involuntario. La ira había sobrepasado el umbral y estaba haciendo de las suyas.

1 comentario: